Tanto la tecnología como el esfuerzo de rediseñado deben centrarse en dos modalidades: una que abarque los próximos seis meses y otra que se adapte a otro pico de COVID-19 u otro virus que pudiera llegar dentro de dos, cinco o diez años. Cuando ya haya pasado el COVID-19, las empresas deberán trazar planes para la posibilidad de necesitar un modo en el que todo esté organizado para el distanciamiento. Esto exige evaluar cómo funciona un espacio de trabajo de forma natural y después encontrar formas de cambiar comportamientos y modificar espacios para obtener mejores resultados.
Por ejemplo, algunos programas de software podrán simular masas de personas en movimiento para visualizar niños saliendo al recreo o empleados entrando en un edificio. ¿Necesitan utilizar las escaleras o el ascensor? ¿Qué grupos se mueven y cuándo? Quizá tengas que organizar turnos y distribuir las horas de llegada para distintos grupos para evitar el contacto estrecho entre personas y los pasillos abarrotados.
Esto dará pie a retos inauditos para los arquitectos, ya que el mismo espacio deberá cumplir dos funciones: una en modo crisis, como el actual, y otra en modo normal. Superar estos obstáculos garantizará que los responsables de las empresas estén preparados para lo que venga, de modo que puedan realizar la transición a un modo de trabajo seguro y fiable para todos los niveles de la compañía.